¿El mejor fichaje? Un joven valor semidesconocido

10/02/2010

Teorías inconexas



Como si de un pasajero se tratara, mi imaginación sobrevuela un mundo desconocido, no se exactamente cuál. Me abstraigo de lo que llamamos realidad y me hundo en las extrañas profundidades de los pensamientos durante un breve lapso de tiempo. Suena una grandiosa canción. Escucho una grandiosa canción. Me dejo llevar por las evocaciones que suscita en mi persona esa grandiosa canción. Tiene uno de esos comienzos espectaculares: podría escucharse una vez tras otra tras otra tras otra... Una de ésas que son capaces de elevar tu espíritu a lo más alto, o por el contrario, hundirlo en la total miseria. De un extremo a otro dependiendo del estado de ánimo, las circunstancias, el carácter, la personalidad. Subo el volumen. Vuelvo a dar al play. Cierro los ojos. This Town Needs Guns.

Máscaras. Sólo veo máscaras. La que llevas puesta continuamente, también la llevo yo. Cada uno a nuestra manera. Falsedad. La sociedad, la condición humana. La vida es un teatro continuo, en el mejor de los casos. La gente aparenta, nosotros en general, proyectamos una imagen de algo que no somos. Reímos aunque no nos apetezca. Hablamos sin ninguna gana. Por aquí, por allá: hipocresía en estado puro. Es inevitable: todo el mundo miente. No sólo a los demás, sino que también nos engañamos a nosotros mismos. El ser humano es bajo, cruel, zafio, egoísta, ególatra. Repugnante. No se puede esperar otra cosa de una especie que premia al impostor y al tramposo, al que aparenta: el resultado como fin sin importar las consecuencias. En todos los ámbitos de la vida, cualquiera que sea el que imagines.

Para salvarnos de una situación apurada, pienso, somos igual de mentirosos que aquellos a los que reprochamos continuamente esa mendacidad y por cuya causa arrastramos a esa gente continuamente por el barro y la despreciamos, ésa es la verdad; en general, no somos en nada mejores que esa gente que continuamente consideramos sólo como gente insoportable y repulsiva, como personas repelentes, con las que, en lo posible, queremos tener poco que ver, mientras que, sin embargo, si somos sinceros, hemos de reconocer que tenemos que ver continuamente con ellas y somos exactamente igual que ellas. Reprochamos a esas gentes todas las cosas insoportables y repugnantes imaginables y nosotros mismos no somos menos insoportables y repugnantes que ellas, pienso.

Fragmento de Tala, por Thomas Bernhard, traducido al castellano por Miguel Sáenz, Alianza Editorial.


Me confieso culpable. Se me viene a la mente El extranjero de Albert Camus. Escribo sin guión, lo que va saliendo. De nuevo miento. Sí tengo un breve guión, básicamente con ideas que me han ido rondando a lo largo del día, o quién sabe, quizá de años y años. Decía que se me había venido a la mente la obra del absurdo por excelencia: El extranjero. Dejando de lado los fuegos artificiales de la novela me pregunto: ¿Qué es más absurdo: la vida que lleva el protagonista o el comportamiento de la sociedad con el implicado? Las ideas, los pensamientos; desordenados, caóticos; revolotean mi cabeza. Me apunto a la teoría de Bernhard:

Jamás pude bastarme a mí mismo, y hoy menos que nunca. Es sorprendente, ¿verdad? Los hombres creo yo, fingen sólo no estar solos, porque siempre están solos. Cuando se ve cómo son absorbidos por sus comunidades: ¿o bien son precisamente las uniones, las sociedades, las religiones, los Estados, pruebas de una soledad infinita?

(...)

Es un gran crimen hacer un ser humano que se sabe será infeliz, que al menos alguna vez será infeliz. La infelicidad que dura un instante es toda la infelicidad. Engendrar una soledad porque no se quiere estar solo, eso es criminal.

Fragmentos de Helada, por Thomas Bernhard, traducido al castellano por Miguel Sáenz, Alianza Editorial.


Toda vida engendra sufrimiento, crueldad, corrupción, brutalidad, muerte. Nacemos para morir. Nos engañamos constantemente para poder soportar el peso de nuestro ínfimo destino. Nos agarramos a un clavo ardiendo: creemos. Y en cambio, al creer creemos que tenemos la excusa para acometer todas las barbaridades del mundo. Y en cambio...

En cambio, al mismo tiempo, paradójicamente, la vida puede resultar tan maravillosa. Nos acordamos de las vivencias de la noche pasada. La mirada de ella. Rememoras tus sentimientos, tus acciones. Vuelves a sentir. Por un momento, por un instante; te sientes único, especial, invencible, poderoso, inmortal. Tu espíritu se ve atestado por la jovialidad. El partido de fútbol con los amigos, las conversaciones mantenidas, el cariño de tu familia, el reto que te impusiste y lograste superar. La última película que viste, novela que leíste, canción que escuchaste. Digo bien la última, no en sentido literal, sino que pretendo referirme a la última que de verdad te marcó. Y esos pequeños placeres son los que calan hondo. Los que se convertirán, con el paso de los segundos, minutos, horas, días, meses, años,... en formidables recuerdos, sensaciones, sentimientos. Endorfinas que liberarán tu cerebro. Anestesiándote. La noria. Pereza.

Al respecto de esto, de la vida, podríamos decirlo así, tengo una curiosa teoría. Y es que todo lo que vivimos ya lo hemos soñado. No todo lo que soñamos lo vivimos. Sino, cómo se explica, que recuerdes las facciones de alguien que no has visto en tu vida, o de un lugar en el que jamás has estado. ¿Lo inventa tu memoria, tu subconsciente, tu cerebro, tu sistema nervioso? Déjà vu. Al respecto, Jack Kerouac también tenía su propia teoría.

Lo que anhelamos durante nuestra vida, lo que nos hace suspirar y gemir y sufrir todo tipo de dulces náuseas, es el recuerdo de una santidad perdida que probablemente disfrutamos en el seno materno y sólo puede reproducirse (aunque nos moleste admitirlo) al morir.

Fragmento de En el camino, por Jack Kerouac, traducido al castellano por Martín Lendínez, Editorial Anagrama.


De nuevo aparece la muerte. Obsesionados por la muerte. Tan inválidos y desvalidos somos en realidad. La vida. Obsesionados.

¿No es cierto que se empieza la vida como un dulce niño que cree en todo lo que pasa bajo el techo de su padre? Luego llega el día de la decepción cuando uno se da cuenta de que es desgraciado y miserable y pobre y está ciego y desnudo, y con rostro de fantasma dolorido y amargado camina temblando por la pesadilla de la vida.

Fragmento de En el camino, por Jack Kerouac, traducido al castellano por Martín Lendínez, Editorial Anagrama.

Un día se vuelve a casa y se sabe que, a partir de ese momento, habrá que pagar por todo, y desde ese momento se es viejo y se está muerto. Un día todo ha acabado, ya puede durar la vida lo que quiera. De una vez para siempre se está muerto, y toda la belleza, lo que es y puede ser felicidad, la riqueza y todo se han retirado para siempre.

Fragmento de Helada, por Thomas Bernhard, traducido al castellano por Miguel Sáenz, Alianza Editorial.

La vida transcurre así: naces, mueres, y entre lo uno y lo otro tienes dolor de tripa. Vivir consiste en tener dolor de tripa: a los quince años, dolor de tripa porque estás enamorada; a los veinticinco años, porque te angustia el provenir; a los treinta y cinco años, porque bebes demasiado; a los cuarenta y cinco, porque trabajas demasiado; a los cincuenta y cinco, porque ya no estás enamorada; a los sesenta y cinco, porque te angustia el pasado; a los setenta y cinco, porque tienes un cáncer generalizado.

Fragmento de 13,99 euros, por Frédéric Beigbeder, traducido al castellano por Sergi Pàmies, Editorial Anagrama.

Jules, en una época en que no creía que estuviésemos infectados, me había dicho que el SIDA era una enfermedad maravillosa. Y es cierto que yo descubría algo suave y embelesador en su atrocidad; era, por supuesto, una enfermedad inexorable, pero no fulminante, una enfermedad de niveles, una escalera muy larga que conducía evidentemente a la muerte, pero en la que cada peldaño representaba un aprendizaje inigualable; se trataba de una enfermedad que le daba tiempo para morir, y que le daba a la muerte tiempo para vivir, tiempo para descubrir el tiempo, y para descubrir por fin la vida, era en cierto modo una genial invención moderna que habían transmitido los monos verdes de África. Y una vez abismados en ella, la desdicha era mucho más soportable que su presentimiento, mucho menos cruel en definitiva de lo que hubiera podido imaginarse. Si la vida no es más que el presentimiento de la muerte y nos tortura sin cesar a causa de la incertidumbre de su final, el SIDA al fijar un término seguro a nuestra vida, seis años de seropositividad, más dos años en el mejor de los casos con el AZT o unos meses sin él, nos convertía en hombres plenamente conscientes de nuestra vida, nos liberaba de nuestra ignorancia.

Fragmento de Al amigo que no me salvó la vida, por Hervé Guibert, traducido al castellano por Rafael Panizo, Busquets Editores.

Calculaba los resultados y obtenía el mayor rendimiento de mis reflexiones. Tomaba siempre la peor posibilidad: la apelación era rechazada. "Bien, tendré que morir". Antes que otros, es evidente. Pero todo el mundo sabe que la vida no vale la pena ser vivida. En el fondo, no ignoraba que morir a los treinta o a los setenta importa poco, pues, naturalmente, en ambos casos, otros hombres y otras mujeres vivían y así durante miles de años.

Fragmento de El extranjero, por Albert Camus, traducido al castellano por Bonifacio del Carril, Emecé Editores.

Envejecer es inimaginable excepto para quien envejece, pero esto ya no es así para Consuelo. Ella ya no mide el tiempo como los jóvenes, mirando atrás, al punto de partida. El tiempo para los jóvenes siempre está constituido por lo pasado, pero en el caso de Consuelo el tiempo es ahora el futuro que le queda, y ella no cree tener ninguno. Ahora mide el tiempo contando hacia delante, contando el tiempo por la proximidad de la muerte. La ilusión se ha roto, la ilusión metronómica, el pensamiento consolador de que, tictac, todo sucede a su debido tiempo. Su sentido del tiempo es el mismo que yo tengo, acelerado e incluso más desesperanzado que el mío.

Fragmento de El animal moribundo, por Philip Roth, traducido al castellano por Jordi Fibla, Editorial Alfaguara.

Esa es la llaga: el tiempo que pasa y que nos cambia. La separación de los seres que se alejan después de haberse unido no es nada en su comparación. Podríamos vivir a pesar de eso. ¡Pero el tiempo que pasa! Envejecer, pensar de otro modo, morir. Yo envejezco y muero. (...) Sólo vislumbramos la vida: mañana, primavera, esperanza, y sólo para la muerte tenemos tiempo sobrado de verla bien... Desde que el mundo es mundo, la muerte es lo único palpable. Sobre ella caminamos y a ella nos dirigimos.

Fragmento de El infierno, por Henri Barbusse, traducido al castellano por R. Cansinos-Assens, Editorial Prometeo.


¿Y qué tendrá que ver con el fútbol todo esto? El fútbol, es uno de esos pequeños placeres de la vida, también un reflejo de la sociedad y de la vida. Aunque el mejor de todos sea otro.

Sólo cuando jodes te vengas de una manera completa, aunque momentánea, de todo cuanto te desagrada de la vida y todo cuanto te derrota en la vida. Sólo entonces estás más limpiamente vivo y eres tú mismo del modo más limpio. La corrupción no es el sexo, sino todo lo demás. El sexo no es sólo fricción y diversión superficial. El sexo también es la venganza contra la muerte. No la olvides jamás. Sí, también el poder del sexo es limitado. Sé muy bien lo limitado que es. Pero, dime, ¿qué poder es mayor que el suyo?

Fragmento de El animal moribundo, por Philip Roth, traducido al castellano por Jordi Fibla, Editorial Alfaguara.

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